Apuraba el cigarro al máximo, por
las ganas de respirar todo lo nunca llegó con el fuego. En sus encías agujeros,
en sus pulmones tumores de todo lo que no pudo absorber el suelo. Sus pupilas
teñidas de un aire rojizo, sus carnes en trizas y jirones resentidos. Quiso
quemar el fuego y sólo encontró más incendios. Quiso volver a ser agua y sólo
encontró más fuego, más fuego, llamas, brasas, cenizas de lo que fueron.
El tiempo, huella imborrable que
va por dentro, calada a calada, cala en el cuerpo, “no soy yo, es este daño que
me va consumiendo”: vía de suero,
respira, aún estás a tiempo. Tiempo, tiempo, tiempo, huella imborrable que va
latiendo. Estampa que graba las brasas en el cuerpo. Cala, cala, cala, calada a
calada, momento a momento. Y hay tiempo. Grita el cuerpo.
Sus ojos incendios, aguas
enturbiadas, humo de tantas caladas, densidad en las manos. No supo volver a
coger los milagros, ni los dados que le pusieron en sus brazos, no supo
recordar ni olvidar ni ver ni ser. Algo le gritaba que encontrara sus porqués.
Otro pie, otra mirada para entender, otra fase acumulada, incendiada para
resucitar al presente de una vez.
Enterró ese collar, esas piedras, las dos caras de la luna, el tiempo en ayunas, las culpas, el abandono, los sollozos de la infancia, cada palabra acumulada que sólo hizo daño, las vueltas en vano, y la ausencia. Todo lo puso en su casa de madera, y provocó el incendio. Fuego, fuego, más fuego, el fuego arrasó con el fuego. Ya no hay más vida que quema. La vida ardió y encontró la manera de alimentar la llama que enciende de nuevo el tiempo.
Enterró ese collar, esas piedras, las dos caras de la luna, el tiempo en ayunas, las culpas, el abandono, los sollozos de la infancia, cada palabra acumulada que sólo hizo daño, las vueltas en vano, y la ausencia. Todo lo puso en su casa de madera, y provocó el incendio. Fuego, fuego, más fuego, el fuego arrasó con el fuego. Ya no hay más vida que quema. La vida ardió y encontró la manera de alimentar la llama que enciende de nuevo el tiempo.
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